La reforma laboral nos impulsa con energía hacia los primeros puestos de Europa en desigualdad y miseria. Las empresas ya no se preocuparán con el engorro de la deslocalización, los esclavos llamarán a sus puertas. Nos estamos convirtiendo en un país con una élite muy privilegiada, una clase media reconvertida en mano de obra barata y una legión de excluidos sociales que malviven en la pobreza.
    Dicen que es culpa de la crisis y que no hay trabajo. Sin embargo, en España, miles de trabajadores realizan jornadas de 12 y 14 horas para llegar a fin de mes, mientras los abuelos cuidan a los nietos y los denostados inmigrantes se ocupan noche y día de los ancianos enfermos y de personas dependientes. Y son necesarios más profesores, celadores, médicos, ingenieros, enfermeros, trabajadores sociales, bomberos, científicos… para tener unos servicios públicos de calidad. Necesitamos a todos esos jóvenes sobradamente preparados que ahora tienen que emigrar. No falta trabajo, sobra explotación. Dignificando el trabajo se animaría la economía, porque familias endeudadas con hipotecas abusivas y sueldos miserables difícilmente pueden consumir.
    Dicen que no hay dinero, que hay que ahorrar para controlar el déficit. Cuando interesa nos venden como inversión aeropuertos sin aviones, visitas del Papa, circuitos de carreras o proyectos de olimpiadas, y nos hablan de gasto y derroche en temas de educación, ciencia o sanidad.
    No habrá dinero pero se acaba de aprobar una nueva ayuda a la banca, esta vez de 52.000 millones. Y en esta legislatura al Estado, entre lo que le da y no le cobra, la Iglesia Católica le costará más de 40.000 millones, y el fraude fiscal superará (agárrense fuerte) los 300.000 millones.
    El problema más que de dinero me parece de escasez de vergüenza y de falta de justicia.
    

                        JOSÉ ABAD - ZARAGOZA

(Carta publicada en el diario Público)