El capitalismo es un modelo de producción basado en el crecimiento continuo y la obtención de cada vez mayores beneficios económicos, el cómo se obtienen estos beneficios es algo secundario, no importa si es la dictadura de Pinochet o la supuesta democracia liberal española el lugar. El beneficio es lo que cuenta. De ahí que las élites económicas tiendan a obtener cada vez más espacios de donde extraer dichos beneficios, la simbiosis entre élites políticas y económicas produce que la política se ponga al servicio de la economía, haciendo del juego político una estrategia para gobernar en favor de los intereses empresariales. Diferentes factores históricos (un movimiento obrero fuerte y organizado, las guerras mundiales, la URSS…) dieron como resultado una cierta nacionalización de los sectores estratégicos de los países europeos en la etapa post-guerras mundiales. Estas economías parcialmente nacionalizadas permitían a los Estados cierta maniobrabilidad económica. Con el paso de las décadas, y sobre todo tras el paso del binomio Thatcher-Reagan, se ha pasado a una nueva etapa donde predomina la liberalización de la economía, la desregulación del mercado y la profundización en el carácter represivo de todo estado. El dogma liberal se ha puesto por delante de los tibios intentos socialdemócratas de reparto de la riqueza a través de los mecanismos económicos del estado. Y así llegamos a nuestros días donde se privatizan hospitales públicos, se financian escuelas privadas con dinero público o la gestión de diferentes servicios de primera necesidad, como el agua, son privatizados.
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